Enfermo

Voy a escribir tu historia, aunque todavía no pase. Yo ya me la sé.

Él es huraño. Está como resentido con algo, con alguien. A ti te gusta su cara medio quemada. No sé qué le pasó, pero no es importante. 

Es flaco. Más bien larguirucho. Alto, muy alto. Usa jeans, camisa gris y unos tenis desgastados. Su cabello es oscuro y áspero. Su mirada es entre triste y enojada. Sus ojos son café oscuro y tiene unas ojeras muy marcadas.

Es de esos que se desvelan por las noches pensando. Estoy segura que si no fuera tan retraído, le gustarías. Le encantarían tus nalgas y tu cintura pequeña. 

Eso sí te advierto, jamás tendrían una relación que pudiera considerarse normal.

Él estaría atormentado todo el tiempo. Es un serio, resentido. Es de esos que la gente no quiere, no es carita. No es chistoso. No es buena onda. Al contrario. Es sarcástico, y sumamente cínico. Un poco mala leche, ojete, culero. Así hay gente.

Tiene complejos y odia a su madre. Es inteligente, pero no es brillante. Es un discapacitado emocional. Y eso es lo que más te gusta. No lo niegues. 

No podrías dejarlo. Te gusta demasiado. En presente. 

Se revuelcan en tu cama de vez en vez. Sólo cuando él te llama. Ni siquiera dice que te quiere ver, sólo te marca y siempre eres tú la que le dice que vaya a buscarte. Él nunca te invita a ir. No sabes nada de él. Sólo lo que yo te he dicho. 

Jamás han pasado una noche juntos, y jamás lo harán. Él ya te dijo que no puede dormir con alguien más en su cama. 

Eso sí. Te desea. Desde que te vio en el cajero automático te imaginó desnuda mientras se burlaba de ti. Y tú volvías a tu casa humillada y sintiéndote sola, pero también lo deseaste y te masturbaste pensando en él. Cuando menos lo pensaste se volvió real. Sentiste como su mano recorría uno de tus pezones y mientras descubría tu cuerpo, te penetraba. Y te hacía ajena a él. Y te dolía. Y más lo disfrutabas.

Tú besabas su cara quemada y acariciabas su cabello seco. Sus ojos no expresaban amor. No. Era odio, repulsión. Como si al tomarte estuviera escupiéndole al mundo en la cara, diciéndole,

—El odio es mutuo.

Te sientes confundida porque lo deseas, y al mismo tiempo lo compadeces.

— Esto es enfermo. Piensas. Primera y última.


Sí. Última hasta que él te llama, y tú, sin que él lo pida, le ruegas que vaya a tu departamento. Cuelgas. 10 segundos después te arrepientes. No tienes el valor de llamarle. Te mientes a ti misma diciéndote que no vas a abrirle cuando llegue. 

No puedes. Le abres la puerta. La de tu casa y la de tu cuerpo. Lo dejas entrar. Ya perdiste. Ya te perdiste. Él te tiene, siempre y cuando quiere. Desataste los demonios de su cuerpo y no hay cómo devolverle la paz. 

Aún hoy, no encuentras cómo devolverle la calma a ese cuerpo que despertaste. Que tu esposo y los niños no se enteren.